LA
ATENCIÓN A LO PEQUEÑO
La atención dedicada a las cosas sencillas, a la vida
simple de cada instante, además de despertar en nosotros el aprecio, nos
ofrece el descubrimiento de lo que somos: consciencia que abraza.
Podría tratarse del sonido de las ramas de un árbol cercano, de la mirada de la persona que me atiende en la frutería, mi sensación de espirar en este instante, el azul del cielo, una molestia en el abdomen o un pensamiento que me atraviesa...cualquier cosa que aparece en mi consciencia ahora.
No existen cosas nimias ni cosas grandes. Sólo
existe vida en constante transformación, manifestándose a través de apariencias
muy diversas y, para la consciencia no hay separación ni categorías entre
ellas.
Sólo contempla, abraza, permite…Por eso, no es
determinante aquello en lo que ponemos la atención. Lo que está aquí, en la
inmediatez de este instante, sea cual sea su naturaleza, es el punto idóneo de
apoyo para despertar a lo que somos.
Sólo necesitamos quedarnos, entrar completamente en
la experiencia de este momento, sin importar la forma que está adoptando.. Y
contemplarlo desde la atención plena, el aprecio y la amplitud, sin necesidad
de cambiarlo ni juzgarlo.
Como si, simplemente, encendiéramos la luz
sobre ese momento.
La atención plena a las cosas “pequeñas” de cada día
requiere de nosotros familiarizarnos con ciertas actitudes vitales que sólo
provienen de la consciencia:
-El
detenernos en un instante, desoyendo la inercia del pensamiento que siempre
corre hacia otra cosa. Esa detención supone un descanso que nos conecta con la
infinita amplitud de la consciencia que siempre está en paz.
-El penetrar
de atención todos los aspectos de una situación, sin discriminación como lo
harían los rayos del sol, es otro aspecto de la consciencia que va más allá del
pensamiento categorizador y selectivo.
-Permitir, aceptar,
dejar que todo sea sin juicios limitantes sobre nada, dar espacio…
Al practicar estas actitudes, poco apoco nos vamos
reconociendo como lo que somos, más allá del pensamiento que nos limita y
empequeñece.
Cuanto más “pequeñas” son las experiencias, cuanto
menos llamativas para el ego, más espacio abierto queda en torno suyo, y más
grande es la oportunidad de reconocernos
en él. Ese es el regalo de lo pequeño, de lo cercano, de lo que el ego
desprecia. No nos acapara la atención en su desenvolvimiento o en su forma,
sino que deja mucha amplitud en la que descansar.